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EXPERIMENTO DE TRADING DEL GOLDFISH DE MICHAEL REEVES EXPLICADO

Cuando la frase “Michael Reeves goldfish” empezó a aparecer por todas partes en YouTube, Twitter y en memes financieros, sonaba a chiste pasajero: un programador caótico dejando que un pequeño pez naranja hiciera YOLO con su plata en bolsa. Mirado de cerca, sin embargo, el experimento fue mucho más que un remate. Mezcló cultura de streams en vivo, trading algorítmico, finanzas conductuales y humor tecnológico negro en un solo proyecto, perfecto para una época en la que los inversores minoristas comparten gráficos y memes en la misma conversación. Esta guía explica quién es Michael Reeves, cómo funcionaba de verdad el montaje del acuario, qué riesgos eran reales y cuáles eran puro show, y qué pueden aprender inversores, creadores y curiosos de un pez que se convirtió, por un momento, en el “gestor de cartera” más famoso de internet.

Quién es Michael Reeves


Para entender por qué la expresión “Michael Reeves goldfish” llamó tanto la atención, primero hay que entender a la persona detrás del acuario. Michael Reeves es un desarrollador de software convertido en creador de contenido que construyó su audiencia no con demostraciones corporativas pulidas, sino con experimentos desquiciados y muy editados en los que el código se cruza con el caos. En lugar de crear aplicaciones discretas, construye cosas como “cirujanos” robóticos que jamás deberían acercarse a un hospital, robots de seguimiento con láser y, finalmente, un sistema de trading dirigido por un pez dorado que obligó a los mercados financieros a compartir plano con una pequeña mascota indiferente.


Empezó publicando videos de programación que parecían más sketches de comedia que tutoriales. El montaje es rápido, los chistes son autoconscientes y el código hace de “personaje serio” en la broma: preciso, a menudo ingenioso y luego utilizado para algo gloriosamente innecesario. Esta fórmula lo convirtió en el ingeniero favorito de los traders de memes: alguien que entiende la lógica que hay bajo el capó, pero se niega a tratar la tecnología, o los mercados, como algo sagrado. Así que cuando les apareció “goldfish invierte en acciones” en las recomendaciones, su comunidad sabía que sería a partes iguales absurdo e inesperadamente sólido en lo técnico.


Mientras muchos influencers tecnológicos se presentan como guías sobrios hacia la libertad financiera, Reeves se inclina por la incertidumbre y el entretenimiento. No se hace pasar por asesor financiero, y su tono lo deja claro. El objetivo del experimento del goldfish no era promocionar un sistema infalible de trading, sino poner al límite lo que se puede hacer con APIs de brokers modernos, visión por computadora básica y cultura del meme antes de que alguien de compliance empiece a sudar. En un entorno online saturado de caras serias y advertencias medidas, esa irreverencia hizo que sus proyectos destacaran y se compartieran sin parar.


La audiencia que fue juntando es una mezcla curiosa pero familiar: traders minoristas que bromean con “apes together strong”, estudiantes universitarios que aprenden a programar a medias, ingenieros de software que hacen un break del sprint y espectadores casuales a los que simplemente les gusta ver a alguien construir locuras muy elaboradas. Este público ya está predispuesto a ver los mercados financieros como algo semirracional en el mejor de los casos y cómico en el peor. La idea de que un pez dorado podría igual estar tomando algunas de las decisiones que ven promocionadas en redes sociales no parecía tan descabellada, sino más bien una metáfora dolorosamente honesta.


Reeves también forma parte de una generación de creadores que hacen streams, publican videos largos y participan a diario en redes. Esa presencia constante hace que un chiste pueda convertirse en proyecto muy rápido. Un comentario suelto del tipo “voy a dejar que un pez elija mis inversiones” puede transformarse en un tanque cableado, una cámara, un montón de cables y una conexión con un broker mucho antes de que un medio tradicional lograra siquiera asignar un productor. El experimento del goldfish surgió de esa cultura de prototipos rápidos, gags que escalan y una disposición a gastar demasiado tiempo y plata en un chiste simplemente porque hace gracia.


Por qué un goldfish era el coprotagonista perfecto


Elegir un goldfish no fue solo divertido; fue estratégico. Un pez dorado es universalmente reconocible, se ve bien en cámara y tiene una carga simbólica clara. Es pequeño, supuestamente olvidadizo y completamente indiferente al valor de tu cartera. Lo convierte en el sustituto ideal de la aleatoriedad. Cuando Reeves pidió a los espectadores que imaginasen a un pez superando o igualando a traders humanos, no estaba afirmando que los goldfish tengan sabiduría financiera oculta; estaba pinchando la sospecha incómoda de que buena parte del rendimiento en el trading a corto plazo es suerte disfrazada de jerga y capturas de pantalla.


Desde el punto de vista de producción, un goldfish también se comporta justo como se necesita. Se mueve lo suficiente como para mantener el plano interesante, pero no tan rápido como para que el seguimiento sea imposible con hardware de consumo. Se puede iluminar un acuario con relativa facilidad, encuadrarlo en un plano fijo y después construir una interfaz sobre ese video. El montaje del “Michael Reeves goldfish” dependía de ese equilibrio entre imprevisibilidad y sencillez: el movimiento del pez se percibía orgánico y sorpresivo, mientras que el sistema que traducía ese movimiento en señales de compra o venta era robusto y controlable.


Hay también una dimensión cultural. Las mascotas están profundamente arraigadas en el contenido de internet; desde videos de gatos hasta reacciones de perros, los animales reducen la presión emocional y aumentan la compartibilidad de temas que, de otro modo, serían de nicho. Los algoritmos de alta frecuencia y las APIs de brokers no son, por sí solos, virales. Un pequeño pez naranja entrando en una zona de “compra”, disparando una alerta sonora y enviando dinero real a una posición, sí lo es. El concepto de “Michael Reeves goldfish” envolvió ideas técnicas y financieras complejas en un formato que los espectadores casuales se sentían cómodos compartiendo en sus chats sin necesidad de un título en finanzas.


Todo esto encaja con la marca más amplia de Reeves: construye cosas que ningún ingeniero sensato haría, precisamente para mostrar lo que es posible, no lo que es recomendable. Esto es clave cuando la gente interpreta el experimento como consejo de inversión. Su contenido es un gran descargo de responsabilidad en movimiento: todo el espectáculo pertenece a la categoría “no intentes esto en casa con tus ahorros”. Entender esa intención es el primer paso para interpretar la saga del “Michael Reeves goldfish” con sentido común, en lugar de verla como un manual para tu próxima estrategia de inversión personal.


  • Reeves mezcla verdadera habilidad de programación con humor caótico, haciendo accesibles proyectos técnicos a personas no expertas.


  • Su audiencia espera experimentos que lleven las cosas al límite, pero no como guías serias para hacer trading o invertir.


  • El goldfish actúa como símbolo de la aleatoriedad, resaltando verdades incómodas sobre el rendimiento a corto plazo.


  • Usar una mascota engancha con la cultura de internet y aumenta la probabilidad de que ideas complejas salgan del nicho financiero.


  • Ver el proyecto “Michael Reeves goldfish” como una pieza de arte performativo ayuda a mantener las expectativas y el riesgo en perspectiva.



Cuando el video de “Michael Reeves goldfish” se publicó, todos estos elementos —su bagaje como programador, las expectativas de la audiencia, las mascotas aptas para memes y un fondo de escepticismo hacia la ortodoxia financiera— ya estaban alineados. El proyecto no apareció como un truco aislado, sino como la siguiente escalada lógica en una carrera construida sobre la pregunta “¿y si hiciéramos la locura, pero bien?”. La respuesta, en este caso, fue darle a un pez el tipo de acceso directo a mercado con el que muchos humanos sueñan y, sencillamente, dejar que las cámaras grabaran.


Dentro del bot del goldfish


La versión resumida de la historia es sencilla: Michael Reeves cableó su acuario para que, allá donde nadara el pez, se ejecutaran operaciones bursátiles. La realidad técnica debajo del meme era mucho más estructurada. En esencia, el sistema “Michael Reeves goldfish” convertía el movimiento aleatorio del pez en decisiones de comprar, mantener o vender a través de una cadena de entrada de cámara, visión por computadora, mapeo en cuadrícula e integración con un broker. Entender esa cadena es clave para separar las decisiones de diseño deliberadas del puro teatro, y para ver en qué se parece, y en qué se diferencia, de un sistema de trading algorítmico serio.


Lo primero fue el diseño físico. Reeves dividió la vista del acuario en zonas lógicas, cada una asociada a una acción o a un activo. Esa cuadrícula se superponía al video: quizá una columna para distintas acciones o ETF, otra para comprar frente a vender y un área que significaba “no hacer nada”. El goldfish se convertía en el cursor. Cuando se desplazaba a una zona concreta y se quedaba ahí el tiempo suficiente como para detectarlo con seguridad, el sistema interpretaba eso como una “orden” emitida por el pez. Esta estructura permitía que una criatura realmente aleatoria generase señales discretas y rastreables con las que la computadora podía trabajar.


El siguiente nivel era la visión por computadora. Una cámara apuntaba al tanque y enviaba fotogramas continuos a una máquina chica —normalmente una PC de consumo o un microcontrolador con suficiente potencia para hacer procesamiento básico de imagen—. El software tenía que identificar qué conjunto de píxeles representaba al pez, distinguirlo del fondo y seguir su posición a lo largo del tiempo. Esto podía hacerse con bibliotecas estándar que detectan movimiento o color, o con una lógica de seguimiento más afinada ajustada al tamaño y la velocidad del pez. Para el público, esta es la infraestructura invisible; el chiste “el pez elige acciones” descansa sobre una columna sorprendentemente sobria de matemáticas de píxeles.


Del movimiento del pez a la orden de mercado


Una vez que el sistema tenía las coordenadas del pez, tenía que traducirlas en instrucciones financieras. Imaginá el tanque dividido en una cuadrícula en los ejes x e y. Un eje podía controlar con qué activo estaba “interactuando” el pez —una acción tecnológica, un fondo indexado amplio, tal vez una jugada de alta volatilidad sumada por tensión cómica—. El otro eje podía representar la dirección: comprar cuando el pez estuviera en la mitad superior de la columna de ese activo, vender cuando bajara a la mitad inferior y no hacer nada en una franja neutra central. Este mapeo es el punto en el que el control de Reeves sobre la narrativa reaparece de forma silenciosa.


Por encima de esa capa de mapeo se encontraban los controles de riesgo. Ni siquiera un comediante quiere despertarse y descubrir que un pez inquieto generó cientos de operaciones durante la noche. Así que el software podía imponer reglas: solo una operación por intervalo, tamaños de posición chicos y un límite a la exposición total. Podía exigir que el pez permaneciera en una zona durante un número determinado de fotogramas antes de confirmar una señal, filtrando movimientos nerviosos o ruido de cámara. Estos mecanismos se parecen a los de los bots de trading reales, que deben distinguir entre señales “significativas” y fluctuaciones sin sentido, aunque en este caso la señal sea deliberadamente aleatoria.


La ejecución llegaba a través de la API de un broker o de una plataforma de negociación. Muchos brokers online ofrecen acceso para desarrolladores que permite a un software autorizado enviar órdenes a una cuenta bajo condiciones estrictas. El código de Reeves podía construir una orden —comprar o vender, cantidad, ticker, tipo de orden— y enviarla de forma segura al broker cada vez que el pez activaba un evento válido. El broker, a su vez, la encaminaba al mercado. Para el resto del mundo, esas órdenes parecían las de cualquier otro inversor minorista; el libro de órdenes no sabe ni le importa que el “trader” esté nadando en un acuario pensando en escamas y decoración, en lugar de mirar una pared de pantallas.


Encima de todo esto se encontraba la capa de visualización para la audiencia. El video necesitaba superposiciones que mostraran lo que el pez estaba “decidiendo”, un contador de ganancias y pérdidas y señales visuales cada vez que se ejecutaba una operación. Este panel convirtió el sistema en un espectáculo para espectadores más que en un experimento privado. También aportó transparencia: la gente podía ver en tiempo real cómo se desplegaba la aleatoriedad a lo largo de varias operaciones, en lugar de limitarse a escuchar al final que el pez había tenido una buena o mala semana. Para cualquiera con curiosidad por el comportamiento de los sistemas automáticos a lo largo del tiempo, fue una introducción lúdica.


Lo crucial es que el bot “Michael Reeves goldfish” no era en secreto un modelo cuantitativo sofisticado. La gracia era precisamente que, en el fondo, era un generador de aleatoriedad con una interfaz adorable. Aun así, incluso una estrategia aleatoria puede tener propiedades interesantes si se limitan los tamaños de posición, se diversifica entre activos y se definen reglas claras. En periodos cortos, un paseo aleatorio puede parecer asombrosamente similar al rendimiento de un trader humano, sobre todo si ese humano también opera siguiendo ruido, rumores y corazonadas. El experimento convirtió esa posibilidad incómoda en algo que literalmente podías ver nadar delante de tus ojos.


  • El acuario se dividió en zonas asociadas a activos y acciones concretas, convirtiendo al pez en un cursor vivo.


  • La visión por computadora seguía al goldfish en tiempo real, extrayendo coordenadas de un flujo continuo de video.


  • Los límites de riesgo acotaban la frecuencia de operaciones, el tamaño de las posiciones y la exposición total, evitando que la broma se volviera un desastre.


  • Una API de broker ejecutaba las órdenes generadas por el sistema, haciendo que las operaciones fueran reales y no solo simuladas.


  • Las superposiciones en pantalla traducían todo esto en una narrativa: por dónde nadaba el pez, qué “decidía” y cómo evolucionaba la cuenta.



Visto desde lejos, todo el sistema parece absurdo: una pequeña mascota nadando entre rectángulos de colores mientras la plata se mueve en el fondo. Visto de cerca, funciona como un esquema simplificado de cómo operan muchas estrategias automáticas, solo que con entradas más serias. Los datos entran, se procesan en señales, se filtran con reglas de riesgo y se traducen en órdenes. Al sustituir la señal por un goldfish, Reeves desnudó el proceso hasta su esqueleto y dejó claro cuánto de la supuesta “ventaja” en algunos enfoques de trading puede ser solo un relato superpuesto a una aleatoriedad estructurada.


MIchael Reeves

MIchael Reeves

Qué significa realmente


Cuando se apaga la risa y el algoritmo deja de recomendar el video, el experimento “Michael Reeves goldfish” deja una pregunta incómoda: si un pez dorado aleatorio, canalizado a través de un código limpio y controles de riesgo, puede generar una curva de rendimiento aceptable, ¿qué dice eso de la forma en que operan muchos humanos? Acá es donde el proyecto deja de ser solo una pieza de comedia y se convierte en un comentario financiero sorprendentemente filoso. Señala hasta qué punto el trading minorista a corto plazo es, en la práctica, casi aleatorio, incluso cuando se viste con terminología técnica, y cómo la presentación puede hacer que el ruido parezca señal.


Las finanzas conductuales llevan años mostrando que los humanos somos proclives al exceso de confianza, a ver patrones donde no los hay y a construir relatos, especialmente cuando se trata de plata. Dale a alguien unas cuantas operaciones ganadoras y va a empezar a narrar su “estrategia”, aunque su timing no se distinga del azar. El montaje “Michael Reeves goldfish” condensa esto en una metáfora visual: un pez que nada sin propósito aparente sigue generando rachas de velas verdes y rojas en un gráfico. El público ve cómo la cuenta cae y se recupera, y muchos terminan alentando al pez como si tuviera intención. No la tiene; simplemente nuestros cerebros están cableados para ver propósito en paseos aleatorios.


Aleatoriedad, habilidad y carteras meme


En los mercados, separar la aleatoriedad de la habilidad es complicado incluso con herramientas profesionales. En horizontes cortos, casi cualquier estrategia puede parecer brillante o desastrosa por pura casualidad. El bot del “Michael Reeves goldfish” dramatiza esto poniendo la fuente de la aleatoriedad en primer plano. Si un pez puede tener una “buena semana” en bolsa, casi cualquier trader impulsivo también. La consecuencia incómoda es que tu racha reciente dice muy poco sobre tu ventaja real, salvo que la evalúes durante periodos largos, con muchas operaciones y con el tamaño de posición y el riesgo correctamente medidos.


Las carteras meme —conjuntos de activos comprados porque son tendencia en redes sociales y no por sus fundamentales— operan en un espacio parecido. Para muchxs participantes, el atractivo no es construir patrimonio de forma disciplinada a largo plazo, sino la adrenalina de la volatilidad y la posibilidad de llegar temprano a un movimiento brusco. En ese entorno, sustituir “mi research” por “mi goldfish” no es un descenso tan dramático como le gustaría creer a la finanza tradicional. El experimento de Reeves actúa como espejo de esa cultura y viene a decir: “Si somos sinceros, un pez podría estar eligiendo algunas de estas jugadas”. Es una broma con dientes.


Eso no significa que todo trading sea inútil o que la investigación no sirva. Significa que, sin planes claros, límites de riesgo y horizontes temporales definidos, muchxs traders minoristas terminan con carteras en las que el rendimiento está dominado por la suerte. El montaje del “Michael Reeves goldfish” demuestra en silencio la importancia de lo menos glamuroso: las restricciones codificadas alrededor del pez. Esas restricciones —asignación máxima, diversificación, reglas de salida— son exactamente las herramientas que usan lxs inversores serios. En otras palabras, la ventaja nunca fue el pez; fue la estructura que lo rodeaba.


  • Los resultados de trading a corto plazo suelen decir más sobre la aleatoriedad que sobre la habilidad real de quien opera.


  • Los relatos construidos a posteriori pueden hacer que una racha aleatoria parezca prueba de una estrategia sólida.


  • Las carteras impulsadas por memes y un bot dirigido por un pez se apoyan sobre todo en la volatilidad y la atención, no en los fundamentales.


  • Los controles de riesgo, la diversificación y el horizonte temporal pesan más que las entradas ingeniosas a largo plazo.


  • La verdadera lección del experimento “Michael Reeves goldfish” es respetar la estructura, no las rachas.



Una nueva forma de enseñar el riesgo


Uno de los efectos menos comentados de la saga “Michael Reeves goldfish” es su potencial como herramienta educativa. Los libros y cursos de inversión tradicionales luchan por mantener la atención, especialmente entre audiencias jóvenes acostumbradas a clips cortos y streams. En cambio, un video caótico donde un goldfish “elige” operaciones mientras el creador habla de tamaño de posición, tipos de órdenes e integración con brokers cuela conceptos reales en un envoltorio entretenido. En una clase, taller o curso online, se pueden mostrar fragmentos del proyecto para iniciar debates sobre aleatoriedad, riesgo y los peligros de ajustar estrategias a datos de muy corto plazo.


Imaginá reconvertir el proyecto en un ejercicio de laboratorio: estudiantes diseñan sus propios bots “al estilo goldfish” usando distintas fuentes de aleatoriedad —tiradas de dados, generadores de números aleatorios, cartas barajadas— y los ejecutan en un mercado simulado. Después comparan resultados a lo largo de muchos ensayos y aprenden, en primera persona, lo volátiles que pueden ser las estrategias aleatorias y cómo los controles de riesgo cambian la distribución de resultados. La versión de Reeves usa un pez real porque es divertida e impacta visualmente, pero la estructura pedagógica que hay detrás puede trasladarse a cualquier contexto. Convierte lecciones abstractas sobre varianza y caídas de cartera en algo que se puede ver, medir y, sobre todo, recordar.


Esta es la idea final que sugiere el experimento “Michael Reeves goldfish”: no solo que los mercados pueden parecer absurdos, sino que aceptar esa absurdidad puede ser la forma más eficaz de enseñar prudencia. Las advertencias secas sobre el apalancamiento rara vez compiten con la dopamina de una apuesta ganadora; ver a un goldfish destrozar por accidente una cartera de prueba en pantalla, sí puede. Al dramatizar ganancias y pérdidas en un formato de bajo riesgo y con humor, lxs creadores pueden ayudar a que su audiencia interiorice que el riesgo es real mucho antes de que se sienta tentada de arriesgar capital importante.


Para espectadores de cualquier parte del mundo, a menudo siguiendo mercados que abren y cierran en otros husos horarios, el video “Michael Reeves goldfish” recuerda que no hace falta estar pegado a cada tick para participar con cabeza. Podés reconocer el circo, compartir los memes y aun así elegir un camino más tranquilo: fondos diversificados, aportes automáticos y objetivos claros a largo plazo. El pez puede quedarse con el foco; tu trabajo es construir un plan financiero que no dependa del espectáculo para funcionar.


Al final, la expresión “Michael Reeves goldfish” ha perdurado precisamente porque captura una sensación común entre lxs inversores actuales: que los mercados son una mezcla extraña de datos, historias, algoritmos y suerte. Reeves empaquetó esa sensación en un acuario, unas líneas de código y una lluvia de chistes. Si podés reírte del proyecto y aun así salir más escépticx ante el exceso de confianza en el trading, el experimento habrá hecho más por vos que muchas charlas serias. El pez lo va a olvidar; vos, idealmente, no.


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